"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


10/06/2020

ABUELO DESCONFINADO

A punto de ponerme al fin al frente de un nuevo post de Gavilán, encuentro este otro que escribí durante la fase 3 del desconfinamiento, y que había quedado enterrado entre mis papeles… pronto tendremos novedades, mientras tanto, os invito a leer este pedazo de realidad:

Mi vecina, la del 4D, me había invitado a su patio a tomar la sombra y yo había aceptado. Ella y su hermana prepararon limonada a la menta y un tablero de parchís/oca para pasar la tarde. Sobre las 8, bajo un calor asfixiante, llamaron a la puerta. “Qué raro” dijo Pétula, que es la menos habladora de las dos, “si sólo te habíamos invitado a ti”.

“Serán de Amazon” les dije, tratando de hacerme la moderna. “Antes muertas que comprar por Internet. Está pasado de rosca”, me acortaron sin pensárselo, no sé si por vanguardistas o por carcas.

Las tres nos aproximamos a la puerta y Tomasa -la más habladora y avispada- preguntó tímidamente:

–¿Quién es?

El abuelo a su llegada 
Al otro lado, una voz procedente de alguien nacido antes de la Guerra Civil, contestó:

–Abre Tomasa, anda, rica, abre…

Lo siguiente fue vernos ante un yayo casi centenario, con pelo blanco asomando por los hombros, barba desorbitada asomando de la mascarilla, cejas crecidas a modo de araña por la frente, ropa polvorienta y extrema delgadez, presentándose ante nuestras narices retostadas.  “¡Papá! Gritaron Pétula y Tomasa emocionadas. Yo, conmovida, hice como en eco sin saber por qué: “pa…pá”.

Fueron a abrazarlo y besarlo como locas instintivamente, pero enseguida aquella momia las chistó, manteniendo el soniquete tanto como hizo falta para apaciguarlas y alejarlas a su conveniencia “schshhhhh”, consiguiendo transformar aquel impulso visceral en un ridículo choque de codos.

–Hay que joderse –dijo el yayo–, las gilipolleces que se han inventado para saludar. Pero es que, si cojo el bicho, me voy a la tumba por el atajo.

Al minuto, el anciano descuidado se encontraba sentado en una mecedora primorosa mientras Tomasa le colocaba una toalla sobre los hombros y comenzaba a cortarle la melena. “Vaya pelos, papá”.

–Pero coño, que llevo desde el 12 de marzo sin salir de casa, ¡a ver qué quieres!

Luego pasó a recortarle las cejas-araña. El tipo se sintió tan relajado que se quitó unas zapatillas larguísimas de rejilla que llevaba, haciéndonos enmudecer: varios manojos de percebes desorbitados se retorcían en el lugar donde debían estar sus dedos.

–¡La Lirio! –exclamó Pétula–, eso habrá que cortarlo con alicates.

Pues córtalo, hija, si he tenido que venirme con los zapatos de tu tío Remigio, que en paz descanse, porque los míos no me cabían.

Pétula llenó un barreño de agua para reblandecer aquellas cáscaras, y como yo tenía experiencia de la clínica podológica, al final tomé la batuta y la eché a un lado, responsabilizándola del recorte de las uñas-cucharón que le habían brotado en los dedos de las manos, mientras yo me ocupaba de aquello con una segueta de bricolaje.

El yayo largándose a toda  prisa, ya
aseado, con la mascarilla en la cabeza
Aquel hombrecillo de mirada clara, que había aparecido como un fantasma con cierto aire aterrador en el umbral de la puerta de sus hijas, parecía ahora un personaje de García Márquez, agasajado y aseado por mujeres bajo un insoportable calor que bien podía ser el de Macondo. Sólo la segueta y los alicates que usamos Pétula y yo, así como los gritos que le sacamos al anciano, rompían aquel aire de realismo mágico colombiano.

Una vez se vio bien aseado y satisfecho, y después de contarnos cómo se apañaba en su pequeño apartamento del centro para sentirse a salvo del bicho (una vecina guiri de veintipocos le hacía la compra y se la ponía en una cesta que él bajaba y subía por el balconcillo), le entró una prisa enigmática, como si le hubiese picado un tabardillo, y se largó con viento fresco a su casa, sin dar más explicaciones a “las niñas”.





5/31/2020

Vuelve la psiquiatría barata

 Todo estuvo muy parado durante el confinamiento, y una de las cosas que más eché de menos fue espiar a mi vecino psiquiatra y a sus peculiares pacientes (véase uno de los posts sobre este tema aquí). Sin embargo, en medio de tanto silencio, una mañana oí barullo al otro lado de la pared y, al asomarme por el hueco de siempre, pude espiar, para mi sorpresa, a un mujer muy pequeña que se había saltado el confinamiento porque no podía más. A continuación, su calvario, su conversación con mi vecino, el psiquiatra estafador de mujeres, y su frase final, que me devolvió la esperanza en el ser humano:

—No podía más sin venir a verle.
—No se preocupe, para eso estamos. Ajústese bien la mascarilla, quédese ahí, en ese rincón, los 120 euros encima de la mesita, y cuénteme mientras yo me zampo un café con magdalenas. Comprenda que me ha pillado de sorpresa.
—Qué sabiduría, alimentarse para estar al cien por cien…
—Eso siempre.
—Ay doctor, que mi marido ya no viaja y hemos pasado más tiempo juntos que en toda nuestra vida.
—Alguna vez tenía que ser.
—Qué razón tiene. Sin embargo, el hombre es un pesado.
—Póngale a régimen.
—Lo está. Pero es a parte. Pasa el tiempo libre hablándome de la política de Gorvachov.
—¡Pero si eso está demodé! La Perestroika ha pasado a ser vintage. Claro que, hablar de Putin es sinónimo de decir un taco cada vez que se le menciona… (risita de autofelicitación a su locuacidad).
El psiquiatra agachándose a recoger las migas de las magdalenas
—Y que lo diga, doctor, qué razón tiene: yo no puedo pronunciarlo sin sentirme malhablada.Put... ¡no puedo!
—¿Qué otros problemas tienen? Comprenda que tengo cosas que hacer…
—Contar con él para elegir serie, tener que cerrar la puerta del baño cuando ya se imagina, escucharle canturrear la Macarena a todas horas, las tapas del champú abiertas…
—Mujer, lo de las tapas es algo entrañable.
—Usted es muy sabio, pero en este caso... Ah, ya comprendo, ¡jajaja!, ¡es una broma! El humor como terapia, ¡es usted supremo!
—Aaaaammmmm
—¿Está usted pensando?
—No, señora, es que las magdalenas son muy tiernas y, para que no se escapen, he de abrir la boca así: ¡Aaaaaaaam!
—Ay, doctor, si tan sólo ese inútil comiese magdalenas como usted lo hace… el muy patán remueve el café con tenedor.
—Parece sí, bastante imbécil. Pero mírele el lado bueno: nunca le será infiel porque, ¿quién puede aguantarle?
—Le diría que es usted un genio de nuevo pero es que, en realidad, lo que quiero es que alguna tonta me lo robe.
—Robe… Robe Lowe.
—Me voy doctor. Es usted subnormal de veras.

5/20/2020

POEMA DEL CONFINAMIENTO

Gente que, inexplicablemente, parece conocer este blog, me hace llegar pequeños escritos y poemas por debajo de la puerta de casa. Aquí mismo reproduzco el que más impacto me ha causado, totalmente desgarrador:

–¡Pim! ¡Pam!¡Pum!
–¿Qué es eso?
–Nada, la puerta del baño.
No te hagas ilusiones,
que la que no suena
es la de la calle.
–Mecachis...
–¡Siempre la misma palabra!
¿No podrías soltarme un taco?
–No me pidas eso,
estudié en los Agustinos...

           TELÓN

–Ras, ras, ras
–Y ahora, ¿qué?
El protagonista del poema, muy
preocupado durante su encierro

¿Es que hay ratones?
–Déjate de sueños,
me estoy rascando
las pelotas
–¡Papá!
–Ni papá ni leches.
Estoy en un ERTE
y yo estudié
en el instituto de mi barrio.

3/17/2020

CARTELERA CULTURAL: Perrería apocalíptica


Título: Perrería apocalíptica 

Género: Ciencia-ficción 

Duración: Nadie sabe hasta cuándo 
Director: V. Coronas 
Idioma: Parece que se ha extendido a todos los idiomas 
Reparto: Gente improvisada para que parezca aún más real. 
Una estudiante de filosofía se queda al cuidado de los dos hijos de sus vecinos mientras estos se largan a la Isla de Pascua a reavivar la llama de su matrimonio en brasas. 
Al cabo de pocas horas, Conchi pide ayuda a su novio porque ya no puede más, y en el momento en que Quique entra por la puerta se decreta el estado de alarma por un virus relacionado con cerveza o familia real a partes iguales. Los dos veinteañeros quedan confinados en la casa con los niños indefinidamente. 
Tras unos días de darle a la oca, al parchís, las tabas, al cantajuegos y a sesiones virtuales con los papás de los niños, que aparecen bronceados y fingiendo preocupación por no poder volver de momento, los dos estudiantes trazan un arriesgado y astuto plan para poder salir a la calle a tomar el aire. 
Ya que el único salvoconducto para salir de casa es pasear al perro, deciden coger un sucio peluche gigante de Cristinita, la pequeña, ponerle una correa y salir a pasearlo a ver si cuela. Para que el muñeco ande, le insertan unos patines de la Nancy y Quique emite ladridos sin articular los labios, algo que aprendió viendo a José Luis Moreno en la tele. 
La imagen apocalíptica en la que se les ve a los cuatro paseando a un perrazo gigante con patines y que ladra sospechosamente en mitad del bulevar vacío, pensando que están engañando a alguien, es lo más valioso y lo más patético de todo el film. 
Al final, una patrulla de la Guardia Civil los alerta por el megáfono: “SUELTEN EL PELUCHE DE FERIA. REPITO. SUELTEN EL PELUCHE, QUE NI SIQUIERA ES UN PERRO, QUE ES UNA ARDILLA GIGANTE. SUELTEN YA ESA BOLA DE PELO ARTIFICIAL Y VUELVAN A CASA CON LAS MANOS EN ALTO…” 
En un arranque heroico, Quique se la juega y mueve a la ardillaza con la mano por detrás e insiste con el falso ladrido, como si la mascota amenazara a la patrulla. Un sargento como un armario sale del coche con cara de malas pulgas y la familia de postín sale corriendo, dejando al perro-ardilla abandonado en mitad de la calzada, mientras la patrulla se aleja y suena la música de Rocky, nadie sabe por qué.

Quique en su arranque heroico,
ladra mientras sonríe
Angustiosa, aterradora, sin sentido, la película recoge una realidad paralela poco realista, incluso tratándose del género de ciencia-ficción. 


“No hay quien se trague que algo así pueda pasar en la vida real” Roque P. Tulante, El País 
“Un film apocalíptico con el que nadie se sentiría identificado, ni en sueños” K. Gón de ABC 
“Ni la mejor novela de Stephen King sería tan retorcida” Pablo H. Rodríguez, El Mundo

2/18/2020

CENA DE YAYOS Y PRETENDIDA MODERNIDAD

Mis vecinos comentando que
la lasagna se ha retostado
Los padres de los niños a los que cuido, mis vecinos, me invitaron a cenar a su casa con unos amigos suyos de corte guay. Pedí al Pipas que me acompañase porque no termino de encontrarme del todo cómoda con gente con hijos, por mucho que esa gente afirme tener mi edad.
La fiebre viejoven es aún más aguda –si cabe- entre los que tienen hijos y mientras el Pipas y yo aparecíamos en vaqueros y vestido de flores respectivamente, mis vecinos iban vestidos con los pantalones de culo de pera que se han rescatado de finales de los ochenta y hombreras de un cuarto de lo mismo, sin favorecer la figura de ninguno de los dos. Pero quién era yo para hacérselo ver, si tenían espejos por toda la casa. Los amigos eran una parejita más cercana a los cincuenta pero con un atuendo tan juvenil que el siguiente paso habría sido ponerse un baby de preescolar. Él llevaba una gorra con la visera al revés, que no se quitó en toda la noche, luego mi vecina me aclaró que llevaba calvo veinte años. Sus atuendos parecían sacarnos ventaja juvenil, pero cuando confesamos a qué nos dedicábamos, les ganamos a todos: el Pipas trabajaba de profe particular y yo sólo aceptaba trabajos basura para poder seguir escribiendo, al estilo de los artistas neoyorkinos. Aquello los hizo trizas y se sintieron totalmente viejunos, estaba claro, además, el añadido era que no teníamos hijos. Ese último detalle hirió sin duda sus intentos desesperados por rejuvenecer a base de Botox y la moda retro de Zara. Los zapatones negros y la falda victoriana de la invitada pasaron a ser como las extensiones de pelo de Ana Obregón después de los 45: excesivos.
Ya que no podían ocultar lo que eran (padres), decidieron hacer gala de su modernidad en materia de educación: los colegas guays presumieron de que su hijo mayor, Junco, había sido al fin destetado (el chaval tenía nueve años…) y de que le acababan de regalar un móvil para que pudiese salir solo a la calle con un geolocalizador a través del cual los modernos papás le indicaban por dónde ir, si torcer en la esquina o seguir derechito hasta la panadería, a diez metros exactos de casa. “Es maravilloso que vaya a tener tanta libertad gracias a que monitorearemos cada uno de sus pasos” dijo el orgulloso papá, que se movió preso de un escalofrío. A mí también me dio un escalofrío, pero de miedito.

El Pipas había desconectado desde el minuto uno porque ni la tecnología ni la crianza enfermiza eran lo suyo. Era sólo un yanki que comía pipas y seguía llevando los mismos pantalones Dickies diez tallas más grandes que hacía veinte años. Sin embargo, denegó con la cabeza en silencio de un modo que yo no le había visto nunca mientras escuchaba aquel espanto. Mis vecinos tampoco iban tan lejos ni con la teta ni con la tecnología infantil. 
El Pipas y yo haciendo la
performance de Tip y Coll

Acabada la cena, haciendo gala de su gran modernez, se pusieron a hablar de Netflix y de que Stranger Things era su serie porque se sentían totalmente identificados con Eleven y Mike. Yo les miré sin poder aguantar más. Ellos eran los yayos de Eleven y Mike, que se dejasen de tonterías. Quisieron entonces subir a Instagram varios vídeos en directo de la velada, pero yo dije que no y me atreví a confesarles que era tan moderna que sus móviles me parecían una mierda y que no había nada más coñazo que todo lo que estaba en la red. El Pipas sacó un cigarrillo de manzanilla y yo un tarot y enseguida hicimos un gag de humor al estilo Tip y Coll. Aquello los dejó p´allá. Luego traje un radiocaset de casa y pinché una cinta grabada en la que ponía “verano mix 94”  y me puse a bailar con Arturo, el vecino. A continuación, borrachos de Dolce Vita, el Pipas recitó un poema de Emily Dickinson en inglés de Massachussets, el más sórdido de todos, y después hicimos una lista de palabrotas y proclamamos ganadora a “cojones en vinagre”.

Los invitados tuvieron que admitirlo con un aire de humildad: la juventud no estaba en sus atuendos ni en su botox, no estaba en sus móviles ni en su Instagram. Estaba en la capacidad de hacer el imbécil sin vergüenza ninguna y de poder imitar al Gran Wyoming aunque te falte fealdad para conseguirlo.
Al despedirnos nos dieron uno de esos abrazos modernos que se dan ahora, como si uno conociese al de enfrente de toda la vida y tuviese que aguantar el olor a hamburguesa de sus axilas a la fuerza.
El Pipas se quedó a dormir en casa; estuvimos toda la noche viendo pelis antiguas que en su día habían sido muy modernas.

1/14/2020

CONCURSO DE MIERDA PARTE IV

...y cuando al fin llegamos al colmado, Ruger nos recibió con una miradita que nos indicaba que de momento, la directora del centro no había parado de hablar sobre la nueva moqueta de la guardería y otras memeces.   
 Di un repaso a las personas que estaban en aquella trastienda del colmado, por cierto, un lugar cutre como ninguno, con humedades y aspecto de vivienda de duendes. Allí estaban, fingiendo que aquello era una tertulia literaria en lugar de un complot propagandístico: una chica de mi edad bastante fina, y me refiero a que era delgada como un hilo; un hombre con bigote a lo Galdós tan grueso que ocupaba todo el espacio extra que la primera dejaba libre; dos hermanas gemelas de edad indefinida, pero sin duda mayores de cincuenta años, con unas pecas que les daban aspecto travieso; una anciana encorvada de más de cien años que no sé por qué, servía cafés sin descanso; un último hombre que parecía de la Guardia Civil, porque iba vestido de Guardia Civil y llevaba un tricornio y una chapa en la que ponía Guardia Civil


Reunión en el colmado. La directora
se cree que es Simone de Beauvoir
 y el resto finge que se trata
de una reunión de intelectuales
existencialistas encabezados por Sartre.
 En realidad, mi contrincante sólo podía ser la chica fina. El resto no cuadraba con la franja de edad. La directora entró en bucle con las luces led de la guardería y el Pipas se hizo el gracioso pintándole cara a una pipa y poniéndola en media cáscara abierta, como si fuese un Moisés mínimo a punto de ser abandonado en el Nilo. Se lo pasó a Paqui, que aguantaba la risa, luego a mí, que les chistaba con la mirada divertida, y al fin yo se la pasé a Ruger, que al cogerla y verla, la tiró por los aires soltando un gritito en catalán, haciéndose mirar por los presentes y diciéndonos en bajo “cómo sois, con la grima que me dan los críos…” La tertulia se hacía enfermiza y yo ya me preguntaba si es que no habían invitado a ningún intelectual rancio para hablar de sí mismo, como en cualquier acto literario que se precie (véase Haroldo Amat), pero el hombre gordo del bigote galdosiano carraspeó, y otra vez lo hizo aún más fuerte, y otra más, de un modo que parecía que estaba en el excusado intentando no voy a explicar qué. 
Momento en que el hombre del
bigote carraspea hasta parecer
que va a hacerse caca
 La directora se calló por fin y todos le miramos horrorizados, entonces, el hombre aprovechó para dar las gracias por cederle la palabra y se puso a hablar de su obra, que eran tratados de tauromaquia y de cómo hacer kéfir, y cómo los había autoeditado con financiación del Estado (en serio, no pregunten). De pronto, se produjo una explosión. El Pipas había explotado la bolsa de pipas Facundo sin querer. Las gemelas traviesas reían a carcajada limpia y el Guardia Civil exclamó “callarse, coño”. Entonces, pasó un ángel y luego otro, las gemelas lloriquearon un poco y el del bigote dijo “qué vergüenza”. Ruger me susurró: “pero, ¿cuándo dan el premiet?” y la directora le oyó y dijo “primero leeremos el poema ganador del año pasado”. La chica fina se levantó con una hoja impresa y declamó:

Soy un hombre con sentimientos
y algunos vicios,
las tragaperras son mi fuerte, 
el chato de vino mi agua, 
la partidica de mus… 
pero me pusieron una guardería 
al lado de la oficina 
y ya sólo olía plastas de bebé 
y oía llantos constantes. 
Hice una broma Telefónica 
y dije que volaría el local 
si no se iban a otra parte… 
A cambio, pasé tres años en la cárcel 
y gracias a eso, 
ahora soy poeta.

 La flaca se desinfló y agregó: Néstor Turado. Los aplausos ensordecieron la cueva, la verdad es que el poema era bueno, pero el poeta, claro está, no había sido un alumno sino el loco que hizo el aviso de bomba. 
 “Y ahora”, dijo la directora, “el ganador de este año es… ¡Bertín Osborne, por el poema Loco por la guarde!” El guardia civil se levantó y fue a por el premio “un set de cremas de Primor” anunció la directora haciéndole entrega. Los cuatro estábamos atónitos. Pero, ¿se trataba de otro Bertín Osborne?  ¿Era su representante? ¿Su colega? ¿Un farsante? Y sobretodo, fuese premiado uno u otro, ¿qué pintaban en mi franja de edad? El resto de los presentes parecían encantados, como si entendiesen lo que estaba sucediendo. Salí arrastrada por mis tres amigos y Ruger nos condujo a la tasca de al lado que tenía cierto glamour de barrio, donde nos confesó que había llegado conduciendo el AVE de Barcelona tres años atrás y que había desertado de la conducción de trenes desde entonces, dedicándose a vender aceitunas de Camporreal, su sueño de toda la vida. Poco a poco volví a la realidad, disfrutaba de mis amigos y tomaba notas mentales para mi próxima novela o poema, entendiendo que jamás ganaría un certamen literario... a no ser que lo convocase yo.

1/08/2020

CONCURSO DE MIERDA PARTE III


  No pensé que volvería a participar en un concurso literario después de aquella experiencia de concurso de barrio hace un par de años. Pero ocurrió. Volvía a ser algo como hecho para mí: un concurso de poemas organizado por la guardería de mi infancia, donde sólo podían participar “niños que hubiesen asistido a la guardería Cuchi Cuchi en el año 198…” Aquel era mi curso y los asistentes, sólo cinco niños más. Mi madre trabajaba cuidándonos en casa, pero decía que yo no le dejaba ver Falcon Crest (lo único que le motivaba a vivir en aquel entonces, rodeada de hijos sin saber ni de dónde habían salido).

 En Cuchi Cuchi me enseñaron a beber de la taza, coger la cuchara y comer solita sin macharme, e incluso cambiarme el pañal. Prácticamente salí criada y, al parecer, en aquel concurso, buscaban textos que hablasen de aquella experiencia, como bebé que alcanza la autonomía y está listo para pasar al jardín de infancia.

 Revisé bien las bases y pedían cosas muy concretas: que tuviese, como máximo, tres versos y como mínimo dos; que tuviese, como mínimo, doce palabras y como máximo treinta; que no dijese porquerías; que contuviese todas las vocales… y otra serie de chorradas que se me cansan los dedos de escribir.

Seleccionando volúmenes de la enciclopedia
para escribir el poema de tres versos
 Tras varios días, escribí algo que cuadraba con las bases: mencionaba a la profesora y la canción de Pepito Conejo y contenía los pensamientos de un bebé (yo) de aquel tiempo. No estaba mal para haber utilizado solo 29 palabras divididas en dos versos alejandrinos y otro verso huérfano de una sola palabra como cierre.

 Esperé nueve meses y medio (teniendo en cuenta que éramos, como mucho, seis concursantes) y finalmente un domingo a las seis de la tarde miro por casualidad el correo electrónico y leo: deberán acudir a la entrega de premios del concurso bla bla bla esta misma tarde a las seis y media en el colmado de al lado de la guardería bla bla bla si el ganador no se presenta, el premio, aún no revelado, pasará a ser propiedad de la guardería. 

 Me levanté de un salto y desperecé al Pipas, que había venido de Mirroque a verme aquel fin de semana, y bajamos a toda prisa por la escalera, donde nos encontramos a Paqui, mi vecina, que se ofreció a hacer de taxista. Atravesando los barrios del centro, saltándonos a la torera las restricciones, nos encontramos con dos manifestaciones: una contra el cambio climático y otra a favor de continuar destrozando el planeta para demostrar que sobreviviremos gracias a aparatos estilo buzo que podremos llevar los humanos para respirar y con los que seguiremos viviendo aunque haya desaparecido el ecosistema por completo. Nos entró la risa floja y la llorera en el coche, en parte por los modelitos de la gente, que cada día son más feos, en parte por la incongruencia social y el circo en general, en parte porque íbamos a llegar tarde y perdería la jugosa recompensa. El premio sólo podía ser mío. 

Mina Patuco, el Pipas y un autoestopista que recogieron en la
manifestación, en la parte trasera del Renault 5,
presos de una nebulosa de idiotez generalizada
 Entre aquel histerismo contagioso dentro del Renault 5, surgieron un brainstorming de gilipolleces que me recordaron a mis mejores días en los cursillos de verano de Mirroque de Mar. Paqui se equivocaba de palabras como borracha y decía cosas como “me tiro un pedo” en lugar de “me pego un tiro”. El Pipas, con los nervios, se atragantó con una cáscara de pipa y exageraba diciendo “parad powr favowr que me ahogou” mientras nosotras dos nos moríamos de risa seguras de que era una de sus gracias, hasta el punto de ponerse morado y vomitar por la ventanilla para terminar de convencernos. Yo interpreté una canción de Dyango y Paqui hizo los coros con un sencillo “el premio será betún para los zapatos”. A punto de cumplirse la hora, estábamos aún lejos. Exageramos unos gritos por la ventanilla pidiendo clemencia, pero Paqui exclamó: “¿Y no vive por allí Ruger, el aceitunero de casa?” Me pasó su móvil y me obligó a llamarle para que se acercase en mi nombre y recogiese el trofeo. Ruger estaba terminando de ver Mogambo en la tele, tirado como una colilla, pero al explicarle el asunto, me aseguró que por encima de su cadáver perdería yo el premio de un concurso literario de guardería de barrio. Así lo dijo y así lo hizo, y cuando al fin llegamos al colmado, Ruger nos recibió con una miradita que nos indicaba…



Debo dejar el desenlace de esta historia para el próximo post, ya que éste sobrepasa la longitud máxima habitual, pero os aseguro que no decepcionará, en absoluto.