"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


8/31/2023

La dentadura estival de Agatha Christie

Nativos de Mirroque peleando por llevar mis maletas
Hace unos días estuve a Mirroque de Mar, donde pude volver a sudar como un pollo almidonado y bañarme en agua caldosa como sopa de ese mismísimo pollo. Qué agradable sensación volver allí, lejos de mi rutina como negra literaria a tiempo parcial. Llegué en el autobús de la mañana y varios jóvenes nativos se abalanzaron a ayudarme con la maleta, haciéndome sentir como si tuviese quince años menos. En seguida descubrí que se trataba de simples taxistas del pueblo que querían sacarme la pasta. Eché a rodar cuesta abajo a pie, camino de la pensión Mimbrerroque II, en cuarta línea de playa. Iba tan asfixiada por el camino que algunos pequeños gritaban desde sus frescos balcones: "¡Un pollastre andando al caloret!" 

Llegué a la pensión, dejé la bolsa sobre la cama de mimbre y bajé a refrescarme al patio-bar, donde una mujer bella, mayor, teñida y algo pícara, parecía esperarme providencialmente. "Aló" susurró, echando humo de un pitillo allongé. "Soy Mina" le dije, "¿Mina Patuco?" respondió. Asentí y arqueó las cejas, yo mostré sorpresa y ella suspicacia, luego yo curiosidad y a continuación, ella misterio. "¡Déja ya el diálogo facial, por Dios!" la espeté, "¿se puede saber quién eres?" "Me llamo Agatha Christie" Por supuesto, Agatha mentía. Como mucho, se llamaba Asun, pero no la quise contrariar.


En tan solo varias horas de la tarde, me habló de su vida de artista no definida, y de cómo había llegado hasta Mirroque, tratando de sacar adelante un gran proyecto. "¿Cuál?" le pregunté, y me contestó que no podía explicarlo, dadas las dimensiones del mismo. "Es tan grande, que no se puede expresar con palabras". El misterio la rodeaba, pero era divertida y cada vez que yo soltaba una gracia se tapaba la boca como una japonesa, como si practicase una timidez que os aseguro no ejercía de ninguna otra forma. "Soy la reencarnación de Patti Smith" me dijo. "Pero si está viva" le aclaré. Y se tronchaba de nuevo a la japonesa.

El vendedor de sandías
vasco despidiéndose con
un acalorado agur
Aturdida por tanta conversación me fui hacia la playa. Por el camino, compré media sandía a un nativo, solo porque era el tipo más atractivo que había visto en mi vida y le habría comprado chocolate caliente a cuarenta grados si me lo hubiese ofrecido. "No te engañes" susurró una voz a mi lado que reconocí casi enseguida. Era Agatha Christie, a la que había dejado hacía diez minutos en el hostal. Su cara hipermaquillada me desató el hipo. "Ese chico parece nativo, pero es solo uno de esos vascos que vienen buscando el caloret". Volvió a reír traviesamente y a taparse la boca a su modo japonesil. Al alejarnos, miré de nuevo al vasco, tratando de encontrar alguna pista que confirmara aquella información, y ciertamente aquellas cejas y su enorme nariz, así como un bucólico "agur" lo hicieron ipso facto. 



Agatha después de ser
abofeteada por una ola
Llegamos a la playa con la sandía, y Agatha tardó cinco segundos en quedarse en monokini y hacerme ver que las mujeres, a los 45, aún tienen cuerpos atractivos. Yo parecía una ternera blanca y blanda a su lado, así que corrí a esconderme en el mar, seguida de la artista pureta. "Podemos jugar a Marco Polo pero con mi nombre" me dijo. Aquello fue el colmo del descaro, pero acepté y pasamos la siguiente media hora con el "¡Agatha!" "¡Christie!" a ojos cerrados, a lo cucú-tras acuático, hasta que pude capturarla. Entonces, volvió a mondarse de risa, esta vez sin darle tiempo a taparse la boca porque una olaza le abofeteó la cara. Al reponerse y hablarme de pronto sobre el nuevo alcalde de Mirroque , algo en ella había cambiado.  No vocalizaba bien y descubrí que tenía varios huecos en la boca donde antes había dientes. "¡Ay, su padre, que el mar se ha llevado mis puentes!" Nos lanzamos como locas a la búsqueda de las piezas dentales, con mucho más ahínco que jugando al Marco Polo de Agatha Christie, pero sin ningún éxito. Luego le volvió la carcajada como un calambre y me dijo que su gran proyecto le cubriría aquello y mucho más, dejándome mucho más tranquila. Era fácil estar tranquila con Agatha al lado, al tiempo que era absolutamente imposible creer una sola palabra de las que salían de su sensual e incompleta boca de artista.

6/28/2023

La Perla más fuerte del mundo

Hace no más de un siglo pero sí menos de un lustro conocí, en Mirroque de Mar, a la mujer más fuerte del mundo. Era una figura colosal aunque espigada, rígida aunque tierna como un pan bimbo. A veces se echaba la mano a la frente haciendo visera y aumentaba la visión hasta varias casas más allá gracias a unos rayos cósmicos que disparaban sus ojillos verde aceituna y, si en una de esas veía a quien le parecía suficiente, gritaba: "¡perla!"

Baltasar sentado en la mecedora,
haciendo un descanso
de camino a la playa

 
Había establecido su fuerte en el porche de la casa de la playa de ciertas personas a las que había hipnotizado hacía tiempo -con esos mismos rayos cósmicos- y que la adoraban, porque les cocinaba lentejas y vainas con patatas con una frecuencia inusitada. Comía aceitunas sentada en la mecedora del porche, con una batita de flores, y comentaba la jugada de los que pasaban por allí. "Cándida, tu nieto se ha puesto de buen año", "Baltasar, que se te cae la sombrilla, ¡ay, Baltasar!, si al menos fuese ese tu verdadero nombre..."

Iba a la peluquería y se pintaba la raya antes de acostarse  porque decía que en sus sueños podía aparecer cualquiera y que a ella no iban a pillarla ni por esas. Lo mismo te gruñía que te echaba un piropo, y contaba las historias que le daba la gana sin dejar que le pudieras cortar ni media palabra. Esta vez no eran los rayos cósmicos. Es que era realmente graciosa. 

Un buen día comenzó a levitar. Al principio lo hacía sutilmente, cuando nadie la veía. Luego, algunos de sus compañeros del club de encurtidos, donde solía pasar los días previos al verano, la descubrían pegando pequeños patinazos en las alturas, y ella argumentaba que una de sus finas y fuertes piernas le dolía, y que aquello le divertía y le aliviaba el trago. Hasta que hace unos días, recién despertada, su compañera de celda la vio desdoblarse y salir disparada, dejando una nota junto a su cuerpo dormido, perfectamente peinado y maquillado. "Os dejo aquí mi armadura", decía la nota, "que ya me estaba pesando para llegar a donde quiero".

La Perla más fuerte del mundo
utilizando sus rayos, pintada por Cándida

Todas las perlas que la rodeaban sintieron un pequeño vacío, aunque menos de lo esperado, de tanto que las había llenado.

5/02/2023

Reunión de fenómenos para anormales

 Mi compañero de la agencia de artistas en la que trabajo, Ricky Tostas, arrastró hasta mí, ayer, un papel en el que ponía lo siguiente:

ESTA TARDE - SOLO PARA AMANTES DEL MISTERIO - TERTULIA - SÓTANO DE LA VIEJA FÁBRICA DE SOBRASADA - 20 HORAS

Al mirar esas gafas empañadas (en la oficina, el calor se hace vaho), uno de sus ojos me hizo un guiño que vino acompañado de un chasquido de lengua. Aquello no me lo podía perder.

A las 20.45 llegué a la fábrica de sobrasada castellana, que no era más que un local pequeño y deteriorado con olor a pimentón, una puerta condenada y un ventanuco aledaño con un pequeño cartel donde rezaba: ENTRA POR AQUÍ. YA.

Orestes levitando para poder entrar por el
ventanuco lateral de la vieja fábrica de sobrasada

Al entrar a duras penas y bajar por una escalera de caracol cutrefacta, llegué al sótano, abierto a una terraza refrescante donde 5 personajes estaban como petrificados. "Te esperábamos" Dijo Quim Antúnez, el conductor de la sesión. Le acompañaban Orestes Miau, el propio Ricky Tostas (pero como más serio de lo habitual), Lisa Rizos, actriz y amante de lo paranormal, comenzando por su propio nombre, y Carmela Ontinyent, camarera y ajedrecista a partes iguales.

Quise romper el silencio con un chascarrillo: "Fábrica de sobrasada... ¡los espíritus estarán coloraos!" y me reí porque sí. Lisa me atajó enseguida: "No es casualidad que llegues tarde. Esta mañana me fijé en un reloj de pulsera en el que hacía años que no reparaba". Aquella reflexión sin pies ni cabeza me dejó seca, pero no era más que el aperitivo de una velada crucial.

Quim nos presentó a todos como si nos estuvieran viendo los espectadores desde casa y contó velozmente que estaba seguro de que en el armario de la ropa de la plancha de casa de su abuela vivía el conserje del edificio de al lado, y que conseguía llegar allí teletransportándose cada noche. 

Orestes expuso que a los 11 años unos muñecos de Lego comenzaron a atacarle cuando dormía, y lo contaba de una forma pausada e intrigante, llegando a tomarse minutos en sorber agua de su vaso, para que, con las miradas, le rogáramos que continuase. 

Carmela aseguró que en una partida de ajedrez de Kasparov que echaron en el canal nostalgia, se veía una sombra dictándole movimientos, y que, si subías el volumen al 7, se oía "le vas a machacar", mientras que si lo bajabas al 2, se percibía la receta del pez mantequilla.

Lisa amenazó: "lo que tendría que contaros no lo cuento porque el gato que hay en ese patio podría oírlo y morir de la impresión". Hubo como exclamaciones de todos.

Mi compi Ricky, que es bastante reservado en cuanto a su vida privada, confesó que cuando era pequeño, guardaba una foto de Sara Montiel debajo de la almohada y que una noche la Sara de la foto comenzó a ponerle morritos y a tirarle besos.

Me sentí abrumada por aquel río de fenómenos, unos más paranormales que otros, pero todos ellos sin pies ni cabeza; sin duda, asombrosos. Al acercarse mi turno, corrí a buscar lo más paranormal que me había ocurrido últimamente. Parecía que hacían bulla solo para darme tiempo, haciendo preguntas a Ricky sobre si se había fumado un canuto antes de lo de la foto. Agobiada, como sin salida, les solté que he crecido tres centímetros en los últimos dos años, bien entrada en la treintena, como estoy. Se quedaron atónitos, patidifusos, puede que daltónicos, incluso. Orestes se tapó la boca alucinado y se le escapó una risita alucinógena. 

Me lo acababa de inventar pero podía ser cierto, porque no me había medido en años. Se pusieron a debatir si aquello podía ser cosa de algún contacto con extraterrestres o  por manipular abonos para plantas. Me entró un hambre de lobos y deslicé mis manos entre unos canapés de sobrasada que había en una mesita, al tiempo que me daba cuenta de que la cosa traía cola y de que aquel sería el primero de muchos encuentros para-anormales, o sea, fuera de lo normal.