"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


6/04/2018

Fracaso deportivo

El otro día me reuní con mis antiguas compañeras de la clínica podológica y quedé impresionada al ver que habían reducido de talla visiblemente. La sorpresa continuó cuando, en lugar de charlar sobre los pies de la gente del barrio o poner a parir a mi ex jefa, como solíamos hacer, no callaron en dos horas hablando de su nuevo interés: EL DEPORTE.
Me sentí desplazada y totalmente “out” porque intercambiaban información sobre objetos y aplicaciones desconocidas para mí, como contar los kilómetros recorridos, pasos dados, calorías quemadas al practicar sexo o rascarse la nariz, saturación sanguínea... Hablaban de pistas de runners, spinning, paddle nocturno, kickboxing, mayas viscoelásticas, bragas compresoras y sujetadores especiales para deporte (por cierto que esto último ya ni lo necesitan, dado el nuevo tamaño de sus cuerpos y pechos).
Angustiada por las nuevas circunstancias, salí a la mañana siguiente a correr a las siete de la mañana con la energía de un rinoceronte enfurecido (eso sí, en bambas victoria, a falta de otro calzado más deportivo). A los pocos pasos noté que me ahogaba, tenía flemas de medio litro y tosía sin parar como un anciano. El corazón también me iba a mil, así que me senté en el banco de la esquina de casa y, aún ahogada y sudorosa por aquel minuto de infierno, levanté la cabeza y leí en el cartel de Cafetería Manoli:  HOY CHOCOLATE CON 5 CHURROS, PRECIO ESPECIAL.
La oferta de Manoli incluía un vaso de agua.
Menos mal que había cogido el monedero con algo suelto. Me comí los churros y el chocolate como si no hubiera un mañana y luego, como estaban tan ricos, otra media ración. Me sentí más vieja que nunca, fracasada en los deportes y comiendo aquella bomba calórica servida por un maldito camarero que me confundió con una SEÑORA.
Llegué a casa con sensación de irrealidad, probablemente el azúcar, la grasa, o las dos cosas; y rendida de la carrera de cincuenta metros, así que me eché un par de horas.
Mina Patuco cayendo en efecto
tirachinas de las cintas
elásticas, en su casa.
Al despertarme, saltó de nuevo mi alarma interior y enganché unas cuerdecitas elásticas con argollas que me había prestado la vecina, también enferma de deporte, a unos clavos donde normalmente cuelgo las macetas. Me puse un vídeo de un tal Rocko Tough, y traté de hacer lo que se me indicaba. Estiré las cuerdas con las manos, dejando caer hacia delante todo el peso de mi cuerpo, pero entonces se salieron los clavos disparados de la pared a través de la ventana y, después de caerme de bruces contra el suelo, las argollas de las cuerdas me golpearon la cabeza como si fuese una chica mala recibiendo su castigo. Me puse a llorar como un bebé y me di cuenta de que el deporte no era lo mío, que lo aborrecía y me daba pereza emocional y depresión crónica. Me quité rabiosa toda la ropa deportiva y salí al descansillo para devolver a la vecina su material. Me felicitó por tener un desnudo aceptable sin necesidad de hacer deporte y corrí a casa a vestirme porque no me había dado cuenta ni de que iba en pelotas. Hice acopio de ropa suelta y sedosa, una libreta de contabilidad obsoleta, y fui caminando hasta el parque como se hacía antiguamente, a escribir un nuevo best seller.