"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


11/11/2022

CARTELERA CULTURAL: REGRESO AL PASADO

Título: Regreso al pasado
Género: acción y reacción
Duración: dos horas que se hacen doce
Director: el mismo del colegio
Idioma: español de Madriz
Reparto: Esperanza Roy, Concha Velasco y Marisa Paredes
Banda sonora: Forever young
Productora: Green, Graff, Speakeasy, Far West y Keeper. Minor producers: La Pepita

Sinopsis: Chuchi Mercader y sus compañeras de curso acuden a la reunión de 25 años del cole más pijo de la capital, temerosas de que los convocados perciban el paso del tiempo en sus rostros y figuras. Sin embargo, lo que encuentran allí actúa en ellas como un dardo regenerador sin precedentes.

El filme comienza con Carlota Hermida asomándose a la capilla del colegio y comentando “aquí no es, esto es algo del IMSERSO”. Extrañadas, Regina Paso y Chuchi meten las narices “el calvo es Josechu Alicante, me enrollé con él en tercero, y mira, Jonás Gutiérrez, nos dimos el filete a escondidas en los ejercicios espirituales de segundo”. “Son ellos” reconfirma Chuchi, “es solo que han envejecido mal”. Es un momento tensísimo y, a punto de huir a sus casas, aparece Tomás Manrique “Tomy” y las abarca a las cinco con sus brazos de seis metros “preciosaaaas”. “Está arrimando cebolleta” comenta Carlota espantada, y consiguen separarse de él como pueden.

Tomy se enrolla como las persianas y comienzan a salir de la misa nuevos yayos. Entre la marabunta, sale Matilde Risrás, la tímida de la letra C reconvertida en diosa griega, y corre hacia las chicas a refugiarse “pero en el cole no había uniforme, ¿por qué van todos igual?” Las chicas miran a su alrededor y comprueban que están rodeadas de 97 pantalones beiges, 80 chalecos de papi y 60 pares de zapatos castellanos, de los que hacen pupa (el resto, de ante). “Pero esto qué es, ¿el juego de encuentra la diferencia? ¡Pues vamos a perder!” El fotógrafo lo ve claro y decide hacer foto solo a uno de los chicos para multiplicarlo luego con Photoshop y enviarles a casa el resultado que, total, va a ser el mismo.

El rebaño se dirige al comedor, donde Joaquín Merlo hace de puerta pidiendo los 85 euros que cuesta el encuentro “ya veréis qué bufet”. Al ver a las chicas al fondo, pega un silbido “¡Eh, guapas, aquí como en los tiempos de Graf, vosotras gratis y sin esperar la cola!”

En el bufet, las viejas cocineras del cole, apesadumbradas, pasean bandejas de empanadillas Pescanova, sanjacobos, montaditos de mortadela y coliflor a la vinagreta. Al comprobar que el banquete es una estafa, Peyo Alcántara, antiguo grunge reconvertido a hípster, la lía parda venga a quejarse, y los otros tratan de reducirle y le obligan a tomarse un Lexatin “(¡sindicalista, que eres un sindicalista, ya te vale!”

Peyo Alcántara "el hípster", siendo reducido por sus
compañeros antes de liarla parda por el timo del buffet
Las chicas siguen admiradas con los estragos que ha efectuado el tiempo mientras Ruy del Monte y Ramiro Pencas se las acercan y confiesan a Lina Gaitán que siempre estuvieron enamorados de ella. Lina se finge sorprendida, aunque lo sabía desde el año de la polca y aparece Julio Calvete haciendo honor a su apellido y al muñeco de Michelín y les muestra cómo hacer un clavel con una servilleta, añadiendo que es el director de recursos humanos de ese banco francés tan oui oui. Ellas le dan la enhorabuena y aprovechan para darle a los pepinillos en vinagre y chequear sus móviles. 

El fiestón comienza a irse de madre y deciden trasladarse a Green (que ahora es un Panaria) a darlo todo a las 4 de la tarde. Al llegar, los más cascados comienzan a pegarse por los cuatro sofás, y el resto se queda de pie, fastidioso. Un hombrecillo de dientes pequeñitos a los lados saluda a las chicas, sabe sus nombres y anécdotas sin que ellas consigan recordar quién es, así que Matilde le dice “¿eres uno de los profesores?” El tipo se trinca su mojito de golpe y el de la propia Matilde, y se va haciendo el ruido de una sirena de policía, a saber por qué. 
Matilde Risrás "la Diosa" con Joaquín Merlo
hablando de cuando se enrollaron en 1994

Un hombre interesantísimo que las había intrigado toda la noche, se acerca por fin a ellas “hola tías”, les dice. Ellas le sonríen con cara de póker. “Soy Rosa Panadero, ¿os acordáis de mí?” El mejor especímen de la reunión resulta ser su amiga Rosa, reconvertida en Koldo. Aprovechan para abrazarle como locas y tocarle de arriba abajo comprobando el buen trabajo que han hecho los cirujanos y el gimnasio.

Comienza el baile y las confesiones se multiplican “que si a mí me gustabas tú, que si me lié con la profe de lengua, que si los dos tíos más pijales son pareja, que si en Nueva York robé en un supermercado…” Los que eran guapos están para ir al taller, los feos están que crujen, los gordos flacos, los flacos gordos, calvos unos cuantos, viajados a Turquía otros, pringuis interesantes, tirados que ahora son magnates, listillos a los que no hay quien aguante, los de los tics que van mucho al baño… 

El film finaliza de una forma memorable: en el bareto suena la canción de “life is life” y todos se ponen a coro como si estuviesen escuchando a los Rolling Stones y ellas, aburridas de lo de siempre y bastante pedo, huyen espantadas -con Koldo- al Burger King al grito de “porque yo lo valgo” y “Virgencita, que me quede como estoy”.

Una profunda reflexión sobre la vida y la muerte, el negocio de las ortodoncias, la inflación y los zapatos de piel.

10/26/2021

CARTELERA CULTURAL: PIERNAS ENSANGRENTADAS

Título: Piernas ensangrentadas
Género: erótico-festivo
Duración: lo que dura un kiki
Director: Rosa Lidorra y R. Gillette
Idioma: esperanto moderno
Reparto: Borja de Ante, Kati Jeritas, Tina Tural y Karra Surarte.
Guión original: Isabel Pantoja (la directora de cine, no la folclórica)
Banda sonora: Alaska y Víctor Manuel

Rosi Manrique lleva 40 años viviendo con sus padres y, tras el confinamiento, estos deciden largarse a vivir a Benidorm. Rosi no puede creer la suerte que tiene de comenzar a vivir sola tan joven y decide soltarse la melena y traer al fin un chico a casa para pasar un buen rato. 
Los padres de Rosi yendo a Benidorm
Los padres de Rosi saliendo
para Benidorm

El agraciado es Quino Aguirre, un antiguo compañero de oposición (a correos) al que de vez en cuando acompaña a entregar las cartas (ya que ella no aprobó). Rosi no se anda con rodeos y comienza una cadena de whatsapps ardientes como una bomba: "Ay que ver qué nombrecito tiene la de Arenal 14" "Ya me gustaría verte a ti si te hubiesen puesto Vanessa" "Uy, uy, las cosas que me dices, Quino" "No lo pillo" "Esta noche a mi casa" "¿Y eso? Tengo que prepararme los tuppers de la semana" "Me da lo mismo. Vente cuando acabes" "Oleré a cocido" "No importa" "Pero, ¿a qué voy a ir?" "Mambo number five".
Rosi se parte el pecho en el sofá de mimbre de sus padres viendo first dates y fantaseando con ir al programa mientras desconfía de que Quino vaya a aparecer, y se queda dormida con Carlos Sobera en la retina. 
A las 3 am suena el telefonillo. Es Quino. "Abre, Rosi, que subo". Rosi finge que es una anciana sin conocimiento, pero al ver que a Quino no le hace gracia, pulsa el botoncito mientras se da cuenta de que lleva una camiseta de Curro de la Expo'92 y que tiene las piernas como un oso. "Aprovecharé los ocho pisos de ascensor de Quino para pasarme la cuchilla" se dice astutamente.
Cuando abre, se ha depilado y posa sugerente con una sexy camiseta de Rick Ashley. Quino sonríe y, al pegarle un repaso con la mirada, sufre un mareo y exclama, señalando las piernas de Rosi con horror "ay, ay, pero, ¿qué te has hecho, tía?" Rosi no entiende nada hasta que descubre que las piernas le sangran chorros. "¡Ahí va, la que me he liado!"
Las piernas sangrantes de Rosi
momificadas con Scottex

La protagonista se emplasta las piernas de papel higiénico al estilo momia y limpia el riachuelo de sangre mientras Quino se tumba en el sofá con hielo en la cabeza. Rosi le dice, para que recupere el ánimo: "en el cuarto de mis padres hay un colchón muy apañado. Traigamos aquí el colchón, que ahí hay un crucifijo que no me mola nada". Un Quino aún aturdido y la momificada levantan el colchón de aquella manera y se hacen tal lío tratando de pasarlo por las tres puertas que lo separan del salón, que acaban aplastados por el mismo y encajonados en pleno pasillo.
"No sabía que era de agua" grita Quino sin aliento, peleando como un escarabajo bajo el matresse, "¡la madre que te trajo, Rosi!"
 Se hace un silencio sepulcral, solo ajado por la gata del vecino, que está en celo. Quino no respira, a ver si pasa el momentazo. "¡Con mi madre no te metas, que está en Benidorm!"
Quino llegando al portal
Este grito desgarrador es la clave de la película, que encierra todos los secretos y todas las segundas lecturas que uno le pueda hacer del film, que son muchísimas. Una música dramática, por lo menos de Víctor Manuel, termina de machacarnos mientras Quino consigue salir de debajo del colchón de aguas a rastras y huye lloriqueando, no sin antes pincharlo sin querer con el tirador de su bragueta, que nunca llegó a deslizarse a manos de aquella Rosi motivada, y provocando una hecatombe acuática que lo arrastra, divertidamente, los ocho pisos abajo, hasta el mismísimo portal.

"Un reflejo de la sociedad de folliamigos en que vivimos, que nunca funcionará". Telmo Jigatto, de COPE Nague.

"Indiscutiblemente esta historia pone en tela de juicio la seguridad de los colchones de agua". Marta Rada de la revista "Consumidor exigente"

"Cuando una mujer quiere echar un kiki, ni una depilación fallida ni un crucifijo cotilla pueden con ella". Almu Jerona, de Féminas determinadas. 

10/06/2020

ABUELO DESCONFINADO

A punto de ponerme al fin al frente de un nuevo post de Gavilán, encuentro este otro que escribí durante la fase 3 del desconfinamiento, y que había quedado enterrado entre mis papeles… pronto tendremos novedades, mientras tanto, os invito a leer este pedazo de realidad:

Mi vecina, la del 4D, me había invitado a su patio a tomar la sombra y yo había aceptado. Ella y su hermana prepararon limonada a la menta y un tablero de parchís/oca para pasar la tarde. Sobre las 8, bajo un calor asfixiante, llamaron a la puerta. “Qué raro” dijo Pétula, que es la menos habladora de las dos, “si sólo te habíamos invitado a ti”.

“Serán de Amazon” les dije, tratando de hacerme la moderna. “Antes muertas que comprar por Internet. Está pasado de rosca”, me acortaron sin pensárselo, no sé si por vanguardistas o por carcas.

Las tres nos aproximamos a la puerta y Tomasa -la más habladora y avispada- preguntó tímidamente:

–¿Quién es?

El abuelo a su llegada 
Al otro lado, una voz procedente de alguien nacido antes de la Guerra Civil, contestó:

–Abre Tomasa, anda, rica, abre…

Lo siguiente fue vernos ante un yayo casi centenario, con pelo blanco asomando por los hombros, barba desorbitada asomando de la mascarilla, cejas crecidas a modo de araña por la frente, ropa polvorienta y extrema delgadez, presentándose ante nuestras narices retostadas.  “¡Papá! Gritaron Pétula y Tomasa emocionadas. Yo, conmovida, hice como en eco sin saber por qué: “pa…pá”.

Fueron a abrazarlo y besarlo como locas instintivamente, pero enseguida aquella momia las chistó, manteniendo el soniquete tanto como hizo falta para apaciguarlas y alejarlas a su conveniencia “schshhhhh”, consiguiendo transformar aquel impulso visceral en un ridículo choque de codos.

–Hay que joderse –dijo el yayo–, las gilipolleces que se han inventado para saludar. Pero es que, si cojo el bicho, me voy a la tumba por el atajo.

Al minuto, el anciano descuidado se encontraba sentado en una mecedora primorosa mientras Tomasa le colocaba una toalla sobre los hombros y comenzaba a cortarle la melena. “Vaya pelos, papá”.

–Pero coño, que llevo desde el 12 de marzo sin salir de casa, ¡a ver qué quieres!

Luego pasó a recortarle las cejas-araña. El tipo se sintió tan relajado que se quitó unas zapatillas larguísimas de rejilla que llevaba, haciéndonos enmudecer: varios manojos de percebes desorbitados se retorcían en el lugar donde debían estar sus dedos.

–¡La Lirio! –exclamó Pétula–, eso habrá que cortarlo con alicates.

Pues córtalo, hija, si he tenido que venirme con los zapatos de tu tío Remigio, que en paz descanse, porque los míos no me cabían.

Pétula llenó un barreño de agua para reblandecer aquellas cáscaras, y como yo tenía experiencia de la clínica podológica, al final tomé la batuta y la eché a un lado, responsabilizándola del recorte de las uñas-cucharón que le habían brotado en los dedos de las manos, mientras yo me ocupaba de aquello con una segueta de bricolaje.

El yayo largándose a toda  prisa, ya
aseado, con la mascarilla en la cabeza
Aquel hombrecillo de mirada clara, que había aparecido como un fantasma con cierto aire aterrador en el umbral de la puerta de sus hijas, parecía ahora un personaje de García Márquez, agasajado y aseado por mujeres bajo un insoportable calor que bien podía ser el de Macondo. Sólo la segueta y los alicates que usamos Pétula y yo, así como los gritos que le sacamos al anciano, rompían aquel aire de realismo mágico colombiano.

Una vez se vio bien aseado y satisfecho, y después de contarnos cómo se apañaba en su pequeño apartamento del centro para sentirse a salvo del bicho (una vecina guiri de veintipocos le hacía la compra y se la ponía en una cesta que él bajaba y subía por el balconcillo), le entró una prisa enigmática, como si le hubiese picado un tabardillo, y se largó con viento fresco a su casa, sin dar más explicaciones a “las niñas”.





5/31/2020

Vuelve la psiquiatría barata

 Todo estuvo muy parado durante el confinamiento, y una de las cosas que más eché de menos fue espiar a mi vecino psiquiatra y a sus peculiares pacientes (véase uno de los posts sobre este tema aquí). Sin embargo, en medio de tanto silencio, una mañana oí barullo al otro lado de la pared y, al asomarme por el hueco de siempre, pude espiar, para mi sorpresa, a un mujer muy pequeña que se había saltado el confinamiento porque no podía más. A continuación, su calvario, su conversación con mi vecino, el psiquiatra estafador de mujeres, y su frase final, que me devolvió la esperanza en el ser humano:

—No podía más sin venir a verle.
—No se preocupe, para eso estamos. Ajústese bien la mascarilla, quédese ahí, en ese rincón, los 120 euros encima de la mesita, y cuénteme mientras yo me zampo un café con magdalenas. Comprenda que me ha pillado de sorpresa.
—Qué sabiduría, alimentarse para estar al cien por cien…
—Eso siempre.
—Ay doctor, que mi marido ya no viaja y hemos pasado más tiempo juntos que en toda nuestra vida.
—Alguna vez tenía que ser.
—Qué razón tiene. Sin embargo, el hombre es un pesado.
—Póngale a régimen.
—Lo está. Pero es a parte. Pasa el tiempo libre hablándome de la política de Gorvachov.
—¡Pero si eso está demodé! La Perestroika ha pasado a ser vintage. Claro que, hablar de Putin es sinónimo de decir un taco cada vez que se le menciona… (risita de autofelicitación a su locuacidad).
El psiquiatra agachándose a recoger las migas de las magdalenas
—Y que lo diga, doctor, qué razón tiene: yo no puedo pronunciarlo sin sentirme malhablada.Put... ¡no puedo!
—¿Qué otros problemas tienen? Comprenda que tengo cosas que hacer…
—Contar con él para elegir serie, tener que cerrar la puerta del baño cuando ya se imagina, escucharle canturrear la Macarena a todas horas, las tapas del champú abiertas…
—Mujer, lo de las tapas es algo entrañable.
—Usted es muy sabio, pero en este caso... Ah, ya comprendo, ¡jajaja!, ¡es una broma! El humor como terapia, ¡es usted supremo!
—Aaaaammmmm
—¿Está usted pensando?
—No, señora, es que las magdalenas son muy tiernas y, para que no se escapen, he de abrir la boca así: ¡Aaaaaaaam!
—Ay, doctor, si tan sólo ese inútil comiese magdalenas como usted lo hace… el muy patán remueve el café con tenedor.
—Parece sí, bastante imbécil. Pero mírele el lado bueno: nunca le será infiel porque, ¿quién puede aguantarle?
—Le diría que es usted un genio de nuevo pero es que, en realidad, lo que quiero es que alguna tonta me lo robe.
—Robe… Robe Lowe.
—Me voy doctor. Es usted subnormal de veras.

5/20/2020

POEMA DEL CONFINAMIENTO

Gente que, inexplicablemente, parece conocer este blog, me hace llegar pequeños escritos y poemas por debajo de la puerta de casa. Aquí mismo reproduzco el que más impacto me ha causado, totalmente desgarrador:

–¡Pim! ¡Pam!¡Pum!
–¿Qué es eso?
–Nada, la puerta del baño.
No te hagas ilusiones,
que la que no suena
es la de la calle.
–Mecachis...
–¡Siempre la misma palabra!
¿No podrías soltarme un taco?
–No me pidas eso,
estudié en los Agustinos...

           TELÓN

–Ras, ras, ras
–Y ahora, ¿qué?
El protagonista del poema, muy
preocupado durante su encierro

¿Es que hay ratones?
–Déjate de sueños,
me estoy rascando
las pelotas
–¡Papá!
–Ni papá ni leches.
Estoy en un ERTE
y yo estudié
en el instituto de mi barrio.

3/17/2020

CARTELERA CULTURAL: Perrería apocalíptica


Título: Perrería apocalíptica 

Género: Ciencia-ficción 

Duración: Nadie sabe hasta cuándo 
Director: V. Coronas 
Idioma: Parece que se ha extendido a todos los idiomas 
Reparto: Gente improvisada para que parezca aún más real. 
Una estudiante de filosofía se queda al cuidado de los dos hijos de sus vecinos mientras estos se largan a la Isla de Pascua a reavivar la llama de su matrimonio en brasas. 
Al cabo de pocas horas, Conchi pide ayuda a su novio porque ya no puede más, y en el momento en que Quique entra por la puerta se decreta el estado de alarma por un virus relacionado con cerveza o familia real a partes iguales. Los dos veinteañeros quedan confinados en la casa con los niños indefinidamente. 
Tras unos días de darle a la oca, al parchís, las tabas, al cantajuegos y a sesiones virtuales con los papás de los niños, que aparecen bronceados y fingiendo preocupación por no poder volver de momento, los dos estudiantes trazan un arriesgado y astuto plan para poder salir a la calle a tomar el aire. 
Ya que el único salvoconducto para salir de casa es pasear al perro, deciden coger un sucio peluche gigante de Cristinita, la pequeña, ponerle una correa y salir a pasearlo a ver si cuela. Para que el muñeco ande, le insertan unos patines de la Nancy y Quique emite ladridos sin articular los labios, algo que aprendió viendo a José Luis Moreno en la tele. 
La imagen apocalíptica en la que se les ve a los cuatro paseando a un perrazo gigante con patines y que ladra sospechosamente en mitad del bulevar vacío, pensando que están engañando a alguien, es lo más valioso y lo más patético de todo el film. 
Al final, una patrulla de la Guardia Civil los alerta por el megáfono: “SUELTEN EL PELUCHE DE FERIA. REPITO. SUELTEN EL PELUCHE, QUE NI SIQUIERA ES UN PERRO, QUE ES UNA ARDILLA GIGANTE. SUELTEN YA ESA BOLA DE PELO ARTIFICIAL Y VUELVAN A CASA CON LAS MANOS EN ALTO…” 
En un arranque heroico, Quique se la juega y mueve a la ardillaza con la mano por detrás e insiste con el falso ladrido, como si la mascota amenazara a la patrulla. Un sargento como un armario sale del coche con cara de malas pulgas y la familia de postín sale corriendo, dejando al perro-ardilla abandonado en mitad de la calzada, mientras la patrulla se aleja y suena la música de Rocky, nadie sabe por qué.

Quique en su arranque heroico,
ladra mientras sonríe
Angustiosa, aterradora, sin sentido, la película recoge una realidad paralela poco realista, incluso tratándose del género de ciencia-ficción. 


“No hay quien se trague que algo así pueda pasar en la vida real” Roque P. Tulante, El País 
“Un film apocalíptico con el que nadie se sentiría identificado, ni en sueños” K. Gón de ABC 
“Ni la mejor novela de Stephen King sería tan retorcida” Pablo H. Rodríguez, El Mundo

2/18/2020

CENA DE YAYOS Y PRETENDIDA MODERNIDAD

Mis vecinos comentando que
la lasagna se ha retostado
Los padres de los niños a los que cuido, mis vecinos, me invitaron a cenar a su casa con unos amigos suyos de corte guay. Pedí al Pipas que me acompañase porque no termino de encontrarme del todo cómoda con gente con hijos, por mucho que esa gente afirme tener mi edad.
La fiebre viejoven es aún más aguda –si cabe- entre los que tienen hijos y mientras el Pipas y yo aparecíamos en vaqueros y vestido de flores respectivamente, mis vecinos iban vestidos con los pantalones de culo de pera que se han rescatado de finales de los ochenta y hombreras de un cuarto de lo mismo, sin favorecer la figura de ninguno de los dos. Pero quién era yo para hacérselo ver, si tenían espejos por toda la casa. Los amigos eran una parejita más cercana a los cincuenta pero con un atuendo tan juvenil que el siguiente paso habría sido ponerse un baby de preescolar. Él llevaba una gorra con la visera al revés, que no se quitó en toda la noche, luego mi vecina me aclaró que llevaba calvo veinte años. Sus atuendos parecían sacarnos ventaja juvenil, pero cuando confesamos a qué nos dedicábamos, les ganamos a todos: el Pipas trabajaba de profe particular y yo sólo aceptaba trabajos basura para poder seguir escribiendo, al estilo de los artistas neoyorkinos. Aquello los hizo trizas y se sintieron totalmente viejunos, estaba claro, además, el añadido era que no teníamos hijos. Ese último detalle hirió sin duda sus intentos desesperados por rejuvenecer a base de Botox y la moda retro de Zara. Los zapatones negros y la falda victoriana de la invitada pasaron a ser como las extensiones de pelo de Ana Obregón después de los 45: excesivos.
Ya que no podían ocultar lo que eran (padres), decidieron hacer gala de su modernidad en materia de educación: los colegas guays presumieron de que su hijo mayor, Junco, había sido al fin destetado (el chaval tenía nueve años…) y de que le acababan de regalar un móvil para que pudiese salir solo a la calle con un geolocalizador a través del cual los modernos papás le indicaban por dónde ir, si torcer en la esquina o seguir derechito hasta la panadería, a diez metros exactos de casa. “Es maravilloso que vaya a tener tanta libertad gracias a que monitorearemos cada uno de sus pasos” dijo el orgulloso papá, que se movió preso de un escalofrío. A mí también me dio un escalofrío, pero de miedito.

El Pipas había desconectado desde el minuto uno porque ni la tecnología ni la crianza enfermiza eran lo suyo. Era sólo un yanki que comía pipas y seguía llevando los mismos pantalones Dickies diez tallas más grandes que hacía veinte años. Sin embargo, denegó con la cabeza en silencio de un modo que yo no le había visto nunca mientras escuchaba aquel espanto. Mis vecinos tampoco iban tan lejos ni con la teta ni con la tecnología infantil. 
El Pipas y yo haciendo la
performance de Tip y Coll

Acabada la cena, haciendo gala de su gran modernez, se pusieron a hablar de Netflix y de que Stranger Things era su serie porque se sentían totalmente identificados con Eleven y Mike. Yo les miré sin poder aguantar más. Ellos eran los yayos de Eleven y Mike, que se dejasen de tonterías. Quisieron entonces subir a Instagram varios vídeos en directo de la velada, pero yo dije que no y me atreví a confesarles que era tan moderna que sus móviles me parecían una mierda y que no había nada más coñazo que todo lo que estaba en la red. El Pipas sacó un cigarrillo de manzanilla y yo un tarot y enseguida hicimos un gag de humor al estilo Tip y Coll. Aquello los dejó p´allá. Luego traje un radiocaset de casa y pinché una cinta grabada en la que ponía “verano mix 94”  y me puse a bailar con Arturo, el vecino. A continuación, borrachos de Dolce Vita, el Pipas recitó un poema de Emily Dickinson en inglés de Massachussets, el más sórdido de todos, y después hicimos una lista de palabrotas y proclamamos ganadora a “cojones en vinagre”.

Los invitados tuvieron que admitirlo con un aire de humildad: la juventud no estaba en sus atuendos ni en su botox, no estaba en sus móviles ni en su Instagram. Estaba en la capacidad de hacer el imbécil sin vergüenza ninguna y de poder imitar al Gran Wyoming aunque te falte fealdad para conseguirlo.
Al despedirnos nos dieron uno de esos abrazos modernos que se dan ahora, como si uno conociese al de enfrente de toda la vida y tuviese que aguantar el olor a hamburguesa de sus axilas a la fuerza.
El Pipas se quedó a dormir en casa; estuvimos toda la noche viendo pelis antiguas que en su día habían sido muy modernas.