"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


5/29/2018

La mujer que susurraba a los zapatos

 La semana pasada le comenté a mi prima Pili Grossa que ya había dado todos los pasos para convertirme en escritora, pero que de momento no había obtenido ni un céntimo. Ella me contestó:
—Prepárate, que va para largo.
—¿A qué te refieres? –le pregunté con la inocencia de un cordero.
A continuación me enseñó varias fotos de escritores muy famosos que habían muerto más pobres que las ratas, incluso habiendo sido publicados. El pobre Oscar Wilde estaba ahí, mirándome con su cara irlandesa.
Fue como uno de esos pellizcos de mi abuela en los mofletes. Me acerqué a la zapatería elegante de Marisina, que es a la única a la que le van bien las cosas en el barrio, y le dije desesperada: “Tengo al menos que pagarme los aperitivos de los domingos. No sé nada de zapatos pero sí de podología”.
—Eso no me vale –contestó– pero mañana tengo una fiesta. Imagino que, por un día, no va a arder el mundo. Vente a las 10 con calzado formal, nada de esas bambas pasadas de moda que llevas.
Aparecí como me dijo. Tenía unas manoletinas de tercero de BUP que aún me cabían con los dedos encogidos y la verdad es que parecía una zapatera elegante aunque anduviera como una geisha. Recordé las palabras de la prima Pili en mi conciencia “la realidad supera la ficción. Incluso vendiendo zapatos encontrarás material para una novela”, y me resultaron como de hablar por hablar.
La anciana que susurraba a los zapatos,
minutos
antes en la terraza del
pub irlandés "Falcon Crest"
Aparecieron enseguida una madre y una hija coetáneas de Matusalén, buscando un zapato cómodo para la anciana, que tenía una boda. Se empeñó en un zapato grisáceo del que no quedaba más que un 35 y se quedó ahí, mirándolo con una pena exagerada. Mientras, la hija, sesentona, ágil,  y vestida a lo Obregón, rebuscaba entre todo el muestrario preguntando por tallas, colores y posibilidades que nunca eran exactamente las expuestas. “¿Tiene esta misma bota pero en color turquesa y sin forma de bota? ¿Se le puede cortar la tira a los merceditas y teñirles la piel?” 
Mareaba más que un mono de feria, así que me eché a un lado y la dejé desmantelando el local a sus anchas sólo por no oírla. La anciana seguía junto al zapatito gris. Al observarla, la encontré mirando fijamente al zapatito con las manos en posición de echar polvos mágicos, como de sortilegio, diciendo “¡bssss bsssss! conviértete en un treinta y nueve, ¡bsss bssss!” El zapatito no reaccionaba y yo flipaba en colores pensando si me habrían puesto ácido en el café. La anciana se dio cuenta de que podía verla y simplemente dijo “a ver si hay suerte y crece un poquito”. No se puede decir que estuviera del todo loca, ni siquiera pensé que estaba senil. Tenía un chisporroteo en los ojillos que más bien me hizo creer que, o bien mantenía intacta la ilusión pueril que todos perdemos con los años, o bien se acababa de tomar un pelotazo en el pub de la esquina, pues algo de eso había en el ambiente. Hizo unos pocos aspavientos más y desistió, igual que lo hizo la hija, dejando la zapatería como una cuadra. ¡Adiós, adiós! (y no vuelvan). Había tal revuelto que puse el cartel de cerrado aunque aún eran las 11 de la mañana, total, Marisina estaba en una boda. Encendí la radio, me tumbé encima de la montaña de zapatos con un cuaderno –tenía tiempo de recoger– y me puse a escribir: “La semana pasada le comenté a mi prima Pili Grossa…”