"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


5/23/2019

Reafirmante infalible


Tras fracasar definitivamente en mi intento de hacerme deportista, no volví a preocuparme por mi salud física hasta que hace unos meses alguien –probablemente en la cola de la administración de lotería– pronunció las palabras flaccidez y edad en la misma frase.

Yo no sabía qué era lo primero, así que busqué en el diccionario y entré en pánico. ¿Era una amenaza real? Mi abuela y sus amigos del pueblo siempre me dicen que soy muy joven y creo que hablan con sinceridad, pero busqué en el espejo algunos signos de este nuevo término, ¡y vaya si los encontré!

Momento en que llegué a urgencias
La idea de intentar otra vez lo del deporte me parecía descabellado (sobretodo mientras Churros Manoli siguiese a diez metros de casa). No sabía a quién preguntar, no tenía referencias, y traté de pensar en alguien de mi edad con las carnes de una adolescente.  Enseguida apareció en mi cabeza B, que junto con su hermana M, rompen los esquemas conocidos, sólo mencionaré que a veces la policía para a sus parejas acusándolos de ir con una menor...

El precio del spray milagroso que me recomendaron fue tal, que lo transporté a casa en un maletín de seguridad esposado a la muñeca y, al llegar, lo contemplé algo turuleta, comprobando que era un frasco verde y blanco sin más. 

Al quitarme la ropa revisé qué partes atacaría y la verdad es que todo podía mejorar. Me embadurné de aquella pasta arriba y abajo imaginándome que en el plazo de una semana habría recuperado la firmeza que nunca tuve, ni con 20. Y, aunque no era facial, decidí también aplicármela en la cara, por si se producían milagros ahí también. 
El médico del hospi, diciéndome que
 estaba fuera de peligro y que no hiciera
más tonterías.
Enseguida se hizo notar el efecto calor y el regustillo me hacía imaginar que mis carnes se recomponían como por arte de magia y que mis muslos se convertían en los de Beyoncé. Aquello se alargaba y decidí mirarme en el espejo por si los efectos se hacían visibles de inmediato pero, cuál fue mi sorpresa, al encontrarme de un color barbacoa preocupante, como si me hubiese quedado dormida a pleno sol en Benidorm un día de agosto.

Busqué en las instrucciones por si aquel efecto era parte de lo que cabía esperar o por si, por el contrario, iba a morir reducida a cenizas. Era cierto que me inundaba un calor abrasador y entré en pánico, así que, no se me ocurrió otra cosa que pedir socorro por la ventana del patio interior. Gracias a Dios nadie me hizo ni caso, así que llamé a B. "El efecto calor es normal", me consoló, pero tras enviarle una foto, me dijo que pasaba a por mí para llevarme a urgencias enseguida, donde me aplicaron urbason y emplastes de diferentes hierbas y drogas, salvando partes de mi anatomía que daban por reducidas a cenizas. 

Los doctores quedaron muy satisfechos, después de todo, sigo pareciendo yo. Ya a toro pasado, las hermanas me confesaron que, además del spray, corren conco kilómetros seis veces por semana y bailan salsa por las noches siempre que pueden. Parece que tendré que rendirme al deporte si lo que quiero es firmeza y juventud, o matarme a píldoras como Sánchez Dragó.