Morgan
es una estudiante de arte norteamericana que solía venir a hacerse los pies a
la clínica podológica. Enseguida nos hicimos íntimas, y creedme que ser su
amiga implica diversión, glamour, y estar a la última en lo referente al arte.
Solía llamar a mi telefonillo a horas sin sentido para pasear por la ciudad en
chanclas bajo la lluvia mientras bebíamos un capuccino en vaso de plástico y me
conducía a galerías de arte clandestinas donde, por ejemplo, un hombre
acuclillado en pelotas –el artista- cascaba nueces con el culo.
Hace
unas semanas me escribió desde Baltimore y me dijo que recibiría por email un
billete de ida y vuelta para pasar con ella las vacaciones de Semana Santa. Lo
más cerca que yo había estado de América fue cuando tuve aquel affaire con el
Pipas en Mirroque de Mar en 1999.
No
puedo alargarme tanto en un post, tendría que postear durante 30 días seguidos
para contarlo todo, pero os haré un resumen de lo que he visto y vivido allí,
confiando en vuestra paciencia:
-Llegué al aeropuerto Internacional de Dulles
(Washington DC) a las 4 pm mientras Morgan por lo visto me fue a buscar al de
Baltimore (olvidé deciros que Morgan fuma bastante, pero no tabaco)
-Dejé el móvil en Madrid porque Orange
amenazó con cobrarme 12 euros por un minuto de datos, y no quería arriesgarme.
-Me di cuenta de que no tenía el teléfono ni
la dirección de Baltimore de Morgan. 24 horas después de esperar, también me di
cuenta de que no vendría a buscarme. Esperé otro día más con alguna esperanza,
y conocí a varias personas allí, entre ellos un poli enrollado que me llevó al
centro de la ciudad para que buscase un hotel (yo no tenía ni un duro). Después
de ver la Casa Blanca (menuda cosa) y 5 museos Smithsonian gratuitos, subí al
zoo en Connecticut Avenue e intercambié miradas de solidaridad con los
orangutanes. Nuestra sensación de soledad era la misma.
-Durmiendo en un banco tuve
una revelación, y por la mañana puse un puesto callejero con mis camisetas de
Zara compradas a 2 euros en rebajas, sacando más de 300$ sólo por tres de
ellas.
-Crucé el Potomac en barco y llegué a
Alexandria, en Virginia, vestida con un traje nuevo de 3$ del JCPenney. Allí
conocí a un muchachote que creyó que era pariente de Sofía Vergara, y me pidió
matrimonio. Le dije que no, pero
sí acepté un viaje al día siguiente al Maryland profundo, cerca de la bahía de
Chesapeake, para conocer a su familia. En el coche, me quité la camiseta y
grité por la ventana sólo por honrar a los beatniks, y fuimos detenidos.
-Al sheriff del condado le gustó mi
planteamiento, y por lo visto era pariente muy lejano de Allen Ginsberg, por lo
que nos soltó. Llegamos a un lugar llamado Crisfield, donde la familia de Nick
tenía un flea market (tienda de segunda mano). A pesar de que en ese pueblo no
se le entendía nada a nadie, pude conseguir otros 300 $ por unas bambas
Victoria que llevaba en la maleta, dinero con el que pagué un autobús nocturno
a Nueva York, a donde llegué con unos Levi’s de segunda mano que me habían
costado un dólar.
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Fotografía totalmente improvisada
de los camareros del diner griego en
Nueva York |
-En NY me desorienté y aparecí en Lexington
Avenue, donde tomé un brunch en un diner griego. Trabajé unas seis horas en
una tienda china de uñas cerca de Union Square haciendo los pies. Aunque me
querían hacer fija, cogí mis nuevos 100$ y decidí volver a Washington, llegando
allí en tren a las 9 pm. Me fui derecha a una taberna española en Dupont
Circle que estaba muerta, donde todos los camareros eran latinos y la tortilla
de patata era empanada de cangrejo. Al reconocer mi acento, el dueño (que tenía
una entrada especial al comercio porque pesaba media tonelada) me ofreció 500$
si fingía bailar sevillanas al modo más pueril. Aunque me parecía un timo en
toda regla, hice un numerito que me recordaba a uno que
les hice a mis abuelos con 5 años, pero funcionó y llené el local. Ver a Lola
Flores en la tele había servido de algo. Amanecí en un banco de la taberna, y
me largué con mis 500$ en el bolsillo y una nueva oferta de trabajo fijo.
-Me tropecé con alguien y, al levantarme,
sucedió algo impensable: estaba frente al Pipas, 17 años más tarde, pero era
él. Ésta vez comía cacahuetes orgánicos y su aliento era más dulce. Nos
abrazamos largamente y luego me preguntó quién era yo. Se lo perdoné porque
estaba desesperada, y le conté lo de mi viaje entre lágrimas. Él se alegró de
recordarme finalmente, y me explicó que estudiaba el doctorado en una
universidad afroamericana, con una beca por ser blanco.
-Rememoramos el verano del 99 y unas horas
más tarde me llevó al aeropuerto porque había llegado la hora de irse.
Intercambiamos los emails e hicimos algo de drama gratuito.
Al
llegar a Madrid recibí un email de Morgan que decía así: “Mina, ha sido
genial pasar estos ocho días contigo en Baltimore.” No quiero imaginar a quién coj… se llevó
aquella tía a su casa, pero ya se lo he perdonado. Y el Pipas volverá por
vacaciones de verano.