Hace no más de un siglo pero sí menos de un lustro conocí, en Mirroque de Mar, a la mujer más fuerte del mundo. Era una figura colosal aunque espigada, rígida aunque tierna como un pan bimbo. A veces se echaba la mano a la frente haciendo visera y aumentaba la visión hasta varias casas más allá gracias a unos rayos cósmicos que disparaban sus ojillos verde aceituna y, si en una de esas veía a quien le parecía suficiente, gritaba: "¡perla!"
Baltasar sentado en la mecedora, haciendo un descanso de camino a la playa |
Iba a la peluquería y se pintaba la raya antes de acostarse porque decía que en sus sueños podía aparecer cualquiera y que a ella no iban a pillarla ni por esas. Lo mismo te gruñía que te echaba un piropo, y contaba las historias que le daba la gana sin dejar que le pudieras cortar ni media palabra. Esta vez no eran los rayos cósmicos. Es que era realmente graciosa.
Un buen día comenzó a levitar. Al principio lo hacía sutilmente, cuando nadie la veía. Luego, algunos de sus compañeros del club de encurtidos, donde solía pasar los días previos al verano, la descubrían pegando pequeños patinazos en las alturas, y ella argumentaba que una de sus finas y fuertes piernas le dolía, y que aquello le divertía y le aliviaba el trago. Hasta que hace unos días, recién despertada, su compañera de celda la vio desdoblarse y salir disparada, dejando una nota junto a su cuerpo dormido, perfectamente peinado y maquillado. "Os dejo aquí mi armadura", decía la nota, "que ya me estaba pesando para llegar a donde quiero".
La Perla más fuerte del mundo utilizando sus rayos, pintada por Cándida |
Todas las perlas que la rodeaban sintieron un pequeño vacío, aunque menos de lo esperado, de tanto que las había llenado.
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