Me habían llamado de un trabajo perfecto como guía de barrio para unos filipinos jubilados que iban a pasar unas semanas de vacaciones en el barrio de San Blas. Sólo tendría que llevarles a la mercería, al súper, a la licorería... muy compatible con mis tareas de escritora, con tiempo de sobra entre paseo y paseo y con carnaza a manta para escribir la novela del siglo.
También una amiga me había informado de que el Pipas había venido a Madrid desde Mirroque de Mar para hacerse una radiografía porque se había partido el dedo meñique tratando de rascarse un oído en el que padecía unas alergias tremendas.
Todo me sonreía: iría al trabajo, quedaría con el Pipas, convertiría la jornada en un relato precioso y ganaría algún concurso. Fue aún mejor cuando mi viejo amor de verano me dijo que desayunaría conmigo antes de irme a San Blas, en la taberna de enfrente de casa, donde me esperaría.
Me levanté de la cama de un salto y empleé sólo dos horas en estar lista para sorprenderle. Habían pasado años desde la última vez que nos vimos en Albacete Capital jugando a la botella con sus compañeros de carrera. (Recuerdo que la mitad de ellos tenía un aliento fétido y que yo trucaba la botella para besar sólo a los que olían a Halls de eucaliptus).
Panorámica de los pies del Pipas en el momento en que yo aterrizaba con los dientes en el suelo. |
Nos metimos en un taxi de camino al hospital mientras yo berreaba como un bebé y pensaba en cómo quedaría mi cara y mis dientes después de aquello, en lo perdidos que iban a estar esos pobres ancianos filipinos en San Blas y en la escayola tan exagerada que llevaba el Pipas, para tratarse sólo de un meñique.
Al llegar a urgencias me pasaron enseguida a maxilofacial, donde una doctora me durmió media cara y me cosió el estropicio, recomendándome que me buscase un buen dentista si quería volver a comer kikos alguna vez en la vida. Al salir de la consulta, dolorida, bordada y con media cara caída como un blandiblú, encontré a un agente de policía haciéndole preguntas al Pipas. Cuando llegué a ellos, me preguntaron si había sido él quien me había pegado. Yo no entendía nada. Luego caí en su superescayola. Me entró la risa, y no se me saltaron los puntos porque esa zona estaba dormida y sólo sonreía con el medio lado bueno. El Pipas era el ser más pasota de la tierra, no le haría daño ni a una pipa. "Que me he tragado un bordillo, señor agente" le dije sin poder parar de reír, secándome las lágrimas.
El Ratón Pérez haciendo acopio de todos sus ahorros para poder llevarse mis dientes aquella noche. |
Siento lo de tu dentadura, Mina Patuco, pero así podrás dejarte los dientes como siempre has querido: bien colocados. Lamento tanta crueldad, pero en este caso, las buenas noticias superan a mi puya.
ResponderEliminarAngélica Brona
Ánimo Mina. Aún recuerdo cómo, en clase de literatura, acostumbrabas a ponerte un papelito negro en los dientes para sonreírnos a los de atrás cuando no mirara la profesora. Nos hacías reír hasta llorar. Ahora que tengo depresión porque no gano nunca en el bingo y que lo del diente ausente es una realidad, ¿podría pasar a verte? La imagen me animará seguro. Tu querida compañera del cole:
ResponderEliminarBego Lossa
Siempre quise ser actor de Jolibúd y por eso me apunté a un grupo de aficionados del teatro en la facultad mientras estudiaba medicina. Tenía pánico escénico y quería afrontarlo cara a cara. Elegí el papel más imponente de la obra, un capitán de infantería bien estirado y apuesto, que se hacía de notar cada vez que hablaba. La armadura me sentaba de miedo, pero no había quien anduviese con ella. Al salir al escenario por primera vez en la vida, tropecé patosamente y salí disparado y de cabeza contra el patio de butacas, donde aterricé y me dice la cara picadillo. Sin embargo, la armadura quedó atascada y, aunque pudieron desprenderme de casi toda ella, no podían quitarme la de la cabeza. En urgencias me dieron los puntos a través de la visera del yelmo y, a día de hoy, siendo médico urólogo del hospital más importante de la ciudad, sigo con la cabeza incrustada en maldito acero. Gracias a Dios, mis hijos no han heredado genéticamente tal espanto.
ResponderEliminarMis parabenes,
Chimo Vidón
A mí se me explotó la teta en el avión, hace ya unos años. No es para tanto. Solo suena ¡Buuuum! Y todos te miran. Sientes un frescor interno y el pecho suelto como nunca. Pero todo tiene solución. A mí hasta me han reconstruído lo irreconstruíble varias veces, no diré más.
ResponderEliminarAnita O.
Lo que tienes que inventarte, Mina, para operarte de labios y ponerte implates...
ResponderEliminarQue ganas tengo yo de soltar unos tortazos...
ResponderEliminarFirmado: Lusitano & Republicano
Besos.
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