"Espinete, ¿te vienes a la panadería de Chema?"
Don Pimpón, 1985


1/14/2020

CONCURSO DE MIERDA PARTE IV

...y cuando al fin llegamos al colmado, Ruger nos recibió con una miradita que nos indicaba que de momento, la directora del centro no había parado de hablar sobre la nueva moqueta de la guardería y otras memeces.   
 Di un repaso a las personas que estaban en aquella trastienda del colmado, por cierto, un lugar cutre como ninguno, con humedades y aspecto de vivienda de duendes. Allí estaban, fingiendo que aquello era una tertulia literaria en lugar de un complot propagandístico: una chica de mi edad bastante fina, y me refiero a que era delgada como un hilo; un hombre con bigote a lo Galdós tan grueso que ocupaba todo el espacio extra que la primera dejaba libre; dos hermanas gemelas de edad indefinida, pero sin duda mayores de cincuenta años, con unas pecas que les daban aspecto travieso; una anciana encorvada de más de cien años que no sé por qué, servía cafés sin descanso; un último hombre que parecía de la Guardia Civil, porque iba vestido de Guardia Civil y llevaba un tricornio y una chapa en la que ponía Guardia Civil


Reunión en el colmado. La directora
se cree que es Simone de Beauvoir
 y el resto finge que se trata
de una reunión de intelectuales
existencialistas encabezados por Sartre.
 En realidad, mi contrincante sólo podía ser la chica fina. El resto no cuadraba con la franja de edad. La directora entró en bucle con las luces led de la guardería y el Pipas se hizo el gracioso pintándole cara a una pipa y poniéndola en media cáscara abierta, como si fuese un Moisés mínimo a punto de ser abandonado en el Nilo. Se lo pasó a Paqui, que aguantaba la risa, luego a mí, que les chistaba con la mirada divertida, y al fin yo se la pasé a Ruger, que al cogerla y verla, la tiró por los aires soltando un gritito en catalán, haciéndose mirar por los presentes y diciéndonos en bajo “cómo sois, con la grima que me dan los críos…” La tertulia se hacía enfermiza y yo ya me preguntaba si es que no habían invitado a ningún intelectual rancio para hablar de sí mismo, como en cualquier acto literario que se precie (véase Haroldo Amat), pero el hombre gordo del bigote galdosiano carraspeó, y otra vez lo hizo aún más fuerte, y otra más, de un modo que parecía que estaba en el excusado intentando no voy a explicar qué. 
Momento en que el hombre del
bigote carraspea hasta parecer
que va a hacerse caca
 La directora se calló por fin y todos le miramos horrorizados, entonces, el hombre aprovechó para dar las gracias por cederle la palabra y se puso a hablar de su obra, que eran tratados de tauromaquia y de cómo hacer kéfir, y cómo los había autoeditado con financiación del Estado (en serio, no pregunten). De pronto, se produjo una explosión. El Pipas había explotado la bolsa de pipas Facundo sin querer. Las gemelas traviesas reían a carcajada limpia y el Guardia Civil exclamó “callarse, coño”. Entonces, pasó un ángel y luego otro, las gemelas lloriquearon un poco y el del bigote dijo “qué vergüenza”. Ruger me susurró: “pero, ¿cuándo dan el premiet?” y la directora le oyó y dijo “primero leeremos el poema ganador del año pasado”. La chica fina se levantó con una hoja impresa y declamó:

Soy un hombre con sentimientos
y algunos vicios,
las tragaperras son mi fuerte, 
el chato de vino mi agua, 
la partidica de mus… 
pero me pusieron una guardería 
al lado de la oficina 
y ya sólo olía plastas de bebé 
y oía llantos constantes. 
Hice una broma Telefónica 
y dije que volaría el local 
si no se iban a otra parte… 
A cambio, pasé tres años en la cárcel 
y gracias a eso, 
ahora soy poeta.

 La flaca se desinfló y agregó: Néstor Turado. Los aplausos ensordecieron la cueva, la verdad es que el poema era bueno, pero el poeta, claro está, no había sido un alumno sino el loco que hizo el aviso de bomba. 
 “Y ahora”, dijo la directora, “el ganador de este año es… ¡Bertín Osborne, por el poema Loco por la guarde!” El guardia civil se levantó y fue a por el premio “un set de cremas de Primor” anunció la directora haciéndole entrega. Los cuatro estábamos atónitos. Pero, ¿se trataba de otro Bertín Osborne?  ¿Era su representante? ¿Su colega? ¿Un farsante? Y sobretodo, fuese premiado uno u otro, ¿qué pintaban en mi franja de edad? El resto de los presentes parecían encantados, como si entendiesen lo que estaba sucediendo. Salí arrastrada por mis tres amigos y Ruger nos condujo a la tasca de al lado que tenía cierto glamour de barrio, donde nos confesó que había llegado conduciendo el AVE de Barcelona tres años atrás y que había desertado de la conducción de trenes desde entonces, dedicándose a vender aceitunas de Camporreal, su sueño de toda la vida. Poco a poco volví a la realidad, disfrutaba de mis amigos y tomaba notas mentales para mi próxima novela o poema, entendiendo que jamás ganaría un certamen literario... a no ser que lo convocase yo.

1/08/2020

CONCURSO DE MIERDA PARTE III


  No pensé que volvería a participar en un concurso literario después de aquella experiencia de concurso de barrio hace un par de años. Pero ocurrió. Volvía a ser algo como hecho para mí: un concurso de poemas organizado por la guardería de mi infancia, donde sólo podían participar “niños que hubiesen asistido a la guardería Cuchi Cuchi en el año 198…” Aquel era mi curso y los asistentes, sólo cinco niños más. Mi madre trabajaba cuidándonos en casa, pero decía que yo no le dejaba ver Falcon Crest (lo único que le motivaba a vivir en aquel entonces, rodeada de hijos sin saber ni de dónde habían salido).

 En Cuchi Cuchi me enseñaron a beber de la taza, coger la cuchara y comer solita sin macharme, e incluso cambiarme el pañal. Prácticamente salí criada y, al parecer, en aquel concurso, buscaban textos que hablasen de aquella experiencia, como bebé que alcanza la autonomía y está listo para pasar al jardín de infancia.

 Revisé bien las bases y pedían cosas muy concretas: que tuviese, como máximo, tres versos y como mínimo dos; que tuviese, como mínimo, doce palabras y como máximo treinta; que no dijese porquerías; que contuviese todas las vocales… y otra serie de chorradas que se me cansan los dedos de escribir.

Seleccionando volúmenes de la enciclopedia
para escribir el poema de tres versos
 Tras varios días, escribí algo que cuadraba con las bases: mencionaba a la profesora y la canción de Pepito Conejo y contenía los pensamientos de un bebé (yo) de aquel tiempo. No estaba mal para haber utilizado solo 29 palabras divididas en dos versos alejandrinos y otro verso huérfano de una sola palabra como cierre.

 Esperé nueve meses y medio (teniendo en cuenta que éramos, como mucho, seis concursantes) y finalmente un domingo a las seis de la tarde miro por casualidad el correo electrónico y leo: deberán acudir a la entrega de premios del concurso bla bla bla esta misma tarde a las seis y media en el colmado de al lado de la guardería bla bla bla si el ganador no se presenta, el premio, aún no revelado, pasará a ser propiedad de la guardería. 

 Me levanté de un salto y desperecé al Pipas, que había venido de Mirroque a verme aquel fin de semana, y bajamos a toda prisa por la escalera, donde nos encontramos a Paqui, mi vecina, que se ofreció a hacer de taxista. Atravesando los barrios del centro, saltándonos a la torera las restricciones, nos encontramos con dos manifestaciones: una contra el cambio climático y otra a favor de continuar destrozando el planeta para demostrar que sobreviviremos gracias a aparatos estilo buzo que podremos llevar los humanos para respirar y con los que seguiremos viviendo aunque haya desaparecido el ecosistema por completo. Nos entró la risa floja y la llorera en el coche, en parte por los modelitos de la gente, que cada día son más feos, en parte por la incongruencia social y el circo en general, en parte porque íbamos a llegar tarde y perdería la jugosa recompensa. El premio sólo podía ser mío. 

Mina Patuco, el Pipas y un autoestopista que recogieron en la
manifestación, en la parte trasera del Renault 5,
presos de una nebulosa de idiotez generalizada
 Entre aquel histerismo contagioso dentro del Renault 5, surgieron un brainstorming de gilipolleces que me recordaron a mis mejores días en los cursillos de verano de Mirroque de Mar. Paqui se equivocaba de palabras como borracha y decía cosas como “me tiro un pedo” en lugar de “me pego un tiro”. El Pipas, con los nervios, se atragantó con una cáscara de pipa y exageraba diciendo “parad powr favowr que me ahogou” mientras nosotras dos nos moríamos de risa seguras de que era una de sus gracias, hasta el punto de ponerse morado y vomitar por la ventanilla para terminar de convencernos. Yo interpreté una canción de Dyango y Paqui hizo los coros con un sencillo “el premio será betún para los zapatos”. A punto de cumplirse la hora, estábamos aún lejos. Exageramos unos gritos por la ventanilla pidiendo clemencia, pero Paqui exclamó: “¿Y no vive por allí Ruger, el aceitunero de casa?” Me pasó su móvil y me obligó a llamarle para que se acercase en mi nombre y recogiese el trofeo. Ruger estaba terminando de ver Mogambo en la tele, tirado como una colilla, pero al explicarle el asunto, me aseguró que por encima de su cadáver perdería yo el premio de un concurso literario de guardería de barrio. Así lo dijo y así lo hizo, y cuando al fin llegamos al colmado, Ruger nos recibió con una miradita que nos indicaba…



Debo dejar el desenlace de esta historia para el próximo post, ya que éste sobrepasa la longitud máxima habitual, pero os aseguro que no decepcionará, en absoluto.